De: Anja Hilling.
Dirección: Hugo Arrevillaga.

Elenco:
Señora Schlüter – Lucero Trejo.
Paula Lachmär – Karina Gidi.
Ludger Hase – Constantino Morán.
Eugen Zarter – Dardo Aaguirre.
Hans Werner Sandmann – Raúl Adalid.
Miroslav Vulic – Humberto Busto.

Movimiento escénico: Marco Antonio Silva.

Escenografía e iluminación: Sergio Villegas.
Diseño de vestuario: Bertha Romero.
Musicalización y diseño sonoro: Ricardo Cortés.
Asistentes de dirección: Ángeles Hernández.
Asistentes de escenografía: Mariana Sánchez y  Germán Cárdenas.
Diseño de imagen: Miguel Durán.
Construcción de escenografía: Macedonio Cervantes.
Realización de vestuario: Vesarte.
Pintura escénica: Paso de Gato.

Mi joven corazón idiota es un rompecabezas de 1500 piezas del desierto. Es como llegar a casa, después de un largo y terrible día, lleno de cotidianeidad y de palabras, o de silencios y recuerdos, de deseos y de frustraciones. Digamos un día normal y ordinario. Y llegamos a casa y abrimos una pequeña caja, con las piezas de un rompecabezas, con piezas casi idénticas que se confunden con el color de la mesa y con el color de las manos. Y entonces, ahí, frente a ese desierto desarmado, con el día a cuestas, empezamos la tarea. Y ya tarde, muy tarde, después de pasar largas horas buscando que todas las piezas embonen, casi a punto de amanecer, te das cuenta de que falta una pieza. Sólo una. Y no está sobre la mesa, ni debajo, ni entre tus manos, ni en la caja. Simplemente no está. Y te sientas a
ver por la ventana cómo amanece. Y cuando el sueño empieza a vencerte sueñas con la pieza, ves dónde está, por fin la encuentras. Está ahí, clavada en tu corazón. Y en ese momento despiertas y sabes que hay más de un millón de piezas que faltan en tu vida. Y que muy probablemente no completarás ninguno de todos esos rompecabezas que te has propuesto armar en la vida.

Porque hay alguien, por ahí, dentro de ti, que no te deja en paz. Que siempre toma sus propias decisiones y que va contra corriente, que no tiene nada que ver con tu cabeza y que tiene su propio lenguaje y su propio ritmo. Tu corazón. Tu joven corazón idiota. Por el que no pasa ni el tiempo, ni el cambio de lugar, y que a pesar de haber tenido experiencias desastrosas insiste en seguir aferrado a lo que ya le hizo daño millones de veces. Idiota. Sin lógica. Ciego. Sordo. Vivo, más que tú mismo. Joven. Fuerte. Inocente. Abierto. Joven, más que tú mismo. Corazón. Más que tú mismo, corazón. Y te levantas, enmarcas el rompecabezas del desierto sin la última pieza y sales a la calle. A trabajar. O a dejar que el corazón decida otra cosa y te lleve lejos, a buscar otro corazón con quien compartir la ausencia de piezas. En un día común y corriente que en cualquier instante podría convertirse en un día extraordinario. Tal vez sólo baste encontrase con un vestido rojo, sobresaliendo entre el gris de la vida diaria para que el mundo cambie y gire en sentido contrario. Encontrarse con eso no es casualidad, la casualidad es otra cosa. Eso es jugar con el destino.

A final de cuentas, supongo que cada cabeza es un mundo. Pero estoy seguro de que cada corazón es un universo. Es difícil pensar que pueda haber un vínculo, entre la cabeza y el corazón, entre el mundo y el universo, supongo que siempre habrá un abismo entre la RAZÓN y el AMOR.

Y justo en ese abismo, seis personajes, jugando con el destino. Un vestido rojo, un paquete con calcomanías de canguros, un gulasch, Mick Jagger, una sudadera color vino, un sueño, una fotografía pegada con diurex en la pared, una gotera, un programa de televisión para niños con un muñequito que se llama Sandmann, dos Doris y varias piezas de rompecabezas. Esta es una historia de Sexo y Crimen. Es decir, una historia de Amor.

HUGO ARREVILLAGA SERRANO